viernes, 5 de septiembre de 2014

Soy diferente.

      "Soy diferente y me gusta. Acostumbraos a eso." quisiera haberles gritado. Pero ya estaban lejos.
      Recogió el cuaderno de dibujo del suelo como quien levanta a un bebé que acaba de caerse de la cuna. Solo que este bebé, en vez de tener un traumatismo craneoencefálico, estaba completamente cubierto de barro. Las páginas de papel guarro goteaban chorretones de una sustancia verdosa indefinida. Deseó que aquello no fuese un regalito de cualquier amigo canino que paseaba por el parque, aunque era bastante probable que la Ley de Murphy se cumpliese de nuevo. 
      Miró lo que quedaba del maltrecho boceto con expresión de desasosiego. Había utilizado toda su tarde en terminar aquello y de repente habían llegado aquellos estúpidos y lo habían arruinado todo. Ni siquiera les ponía cara. Eran todos iguales. Maniquíes vestidos con la misma ropa comercial, escuchando a los mismo grupos comerciales y hablando de los mismos temas anodinos de siempre. Seres planos, vacíos, tan fáciles de controlar como un robot de juguete. Normalmente le daban pena, pero aquella vez habían ido demasiado lejos. 
      Quitó el barro del cuaderno como pudo, tratando de no pringarse demasiado las manos y sacó su móvil del bolsillo. Buscó la lista de reproducción de Sonata Arctica y se puso los cascos a todo volumen. Quizá no era el mejor grupo que tenía en aquel minúsculo y a la vez gigante mundo musical, pero le valía cualquier cosa. 
      La música curaba a los enfermos, la música apaciguaba a las fieras, la música transformaba a las personas. Pero en aquel momento, la música no podía curar a su cuaderno de su estado terminal, tampoco podía hacer que las ganas de hacer justicia desapareciesen de su lóbulo frontal y mucho menos podía hacer cambiar súbitamente a aquella panda de estúpidos. 
      <<Solo porque soy diferente. Solo porque no lo entienden. Porque no quieren entenderlo.>> Aunque ella tampoco quería que lo entendieran. Con el paso de los años había aprendido a confiar en un número minúsculo de personas y, aunque seguía creyendo que las personas eran buenas por naturaleza, aquello no quería decir que la mayoría de ellas no fuesen idiotas. Y los idiotas solían tratar de agruparse en rebaños. Ella no. Ella era un lobo solitario. 
      O mejor, un cuervo. 
      Observaba, oía y callaba, pero si el rebaño trataba de cercarla, no dudaba en arrancarles los ojos. 
      <<Debería de haberlo hecho ahora.>>-Se lamentó acariciando las solapas del cuaderno. Nadie atentaba contra sus hijitos y salía impune, pero el cielo había decidido que el mundo terrenal necesitaba un lavado de cara y comenzaba a pintear. Apretó el paso. Le gustaba la lluvia, pero le llevaba tres cuartos de hora alisarse el flequillo verde y negro por las mañanas y no quería echar a perder su obra maestra. 
      Atravesó el parque a toda prisa y la carretera en dirección a su casa. Unos truenos sonaron no tan lejos como le gustaría y consiguió desenfundar su llavero y violar la cerradura antes de que la humedad convirtiese su cabello en un estropajo. Cerró tras de sí, sin aliento. Había conseguido llegar a casa, pero no encontraría refugio hasta que se encerrase en su bunker personal. La guitarra y los libros le darían la bienvenida, mientras el piano le lanzaba una melancólica mirada desde una esquina de la habitación y el PC le instigaba a encenderle los circuitos y toquetearle durante toda la noche. Pero en ese momento, lo primordial era cambiarse de un tono de negro a otro un pelín menos empapado. 
      No había nadie en casa, lo cual la tranquilizó un poco más. Le gustaba ese silencio. Su silencio. Era relajante, perfecto para pararse a escuchar la melodía de las gotas de lluvia en la ventana mientras leía alguno de los cientos de libros que tenía que reseñar para su blog. Ojalá pudiese ser una de esos personajes que poblaban sus páginas, ojalá la vida real se tornase por una vez tan fascinante. Bufó, reprendiéndose a sí misma. Por desgracia aquello solo eran deseos fatuos. 
      Sin meditarlo un segundo más, abrió la puerta de la habitación y...
      Allí estaba.
      Se quedó petrificada en el marco de la puerta, mirándolo con nerviosismo. 
      El oso de peluche le devolvió la misma mirada desde sus ojillos negros. 
      Aquello no estaba allí la última vez que abandonó su santuario. 
      <<¿Cómo habrá llegado hasta aquí?>> Era un oso de felpa normal y corriente, con cara amistosa y una sonrisa franca que invitaban a achucharle. Eso si no acabase de aparecer como un fantasma sobre el cabecero de su cama. Entró en la habitación pegándose de espaldas a la pared sin quitarle los ojos de encima al peluche. Lo único que hacía especial a aquel úrsido era la enorme raja que le atravesaba el estómago, semicerrada con unos enormes y horrorosos puntos de sutura a través de los que se entreveía en relleno. 
      <<Especial...-Se recordó a sí misma con una sonrisa acercándose con menor recelo hacia el oso.- Como yo...>> 
      Lo cogió entre sus manos y le acarició la costura con un sentimiento cercano a la ternura. Pesaba más de lo que se esperaba, como si aparte de algodón hubiese algún tesoro más escondido ahí dentro.
      -Veamos que me estás escondiendo.-Dijo introduciendo cuidadosamente un dedo a través de la herida abierta.
      Entonces, sucedió.
      La raja se abrió de repente hasta hacerse tan grande como para que cupiese dentro, y su dedo fue sorbido hacia el interior por una fuerza salida de la nada. El estómago del oso de peluche se acababa de transformar en la boca de un lobo. Un lobo verdaderamente hambriento. Ella clavó sus uñas en las entrañas del juguete, tratando de no caer por el conducto, mientras sentía cómo un enorme aspirador tiraba de ella hacia un túnel de algodón sin fondo, hacia el agujero negro que acaba de aparecer en medio de su habitación. Desaforada, intentó resistirse con todas sus fuerzas, probando a clavar los talones, pero la superficie era demasiado mullida y suave como para que pudiese hacer nada y a ella le dolían los triceps y los cuádriceps de ir al gimnasio.
      Así no iba a conseguir nada. 
      Lo sabía. 
      Tomó aire en una gran bocanada y se mentalizó para lo que iba a hacer. Era su oportunidad. Lo que estaba esperando. Y mientras se dejaba caer a un pozo del que no sabía si había vuelta atrás, pensó en que nunca creyó que pudiese odiar tanto a un maldito oso de peluche. 
      

      
      Para Alba. 
      La primera desde siempre. 
      Con todo mi cariño. 
      
     

Infancia

Era feliz. 

Despertaba y esperaba todo el día hasta que papá llegaba.
Luego, él, le daba unas palmaditas en la cabeza, 
felicitándola por ser una niña buena,
le regalaba una corona de margaritas
y ella le dedicaba una sonrisa, risueña.
Juntos, huían de las luces que los perseguían,
entrelazaban las plumas de los ángeles caídos 
y se escondían en la cueva del diablo hasta que atardecía. 


No soy yo

No soy yo.
Soy mi sombra. 

Soy un cuervo enjaulado entre barrotes de hueso.
Soy mi propio carcelero.
Soy la fuerza que sacude con violencia mi cerebro.
Soy la espada y soy la rosa,
soy el cielo y el infierno,
soy un ciego sin bastón que conoce su sendero.
Soy un perro callejero.

Mas no importa,
no estoy sola,
hay más almas sin su dueño, 
poetas que soplan velas
y avivan sueños de fuego. 




jueves, 4 de septiembre de 2014

Laberinto

     Alice aceleró apartando las ramas de su camino sin apenas preocuparse por las heridas de sus brazos.
     Su pecho subía y bajaba a toda velocidad; su palpitar resonaba en lo más hondo de sus oídos, casi como si fuesen los tambores de una persecución; sus pies, helados, apenas rozaban el suelo, temerosos de lo que se aproximaba. <<Más rápido, más rápido...>> El suelo del bosque estaba húmedo y frío, al igual que el sudor que empapaba su camiseta desde hacía horas. Sus vaqueros estaban rasgados por mil sitios, manchados de barro, tierra y resina, casi tanto como las suelas de sus pies. Las copas de los árboles se entrelazaban unas con otras obstruyendo casi cualquier tipo de luz exterior. Llevaba así cuatro días. Perseguida, acechada, casi cazada. <<Más rápido, más rápido...>> Era lo único que la mantenía con vida.
      Seguir corriendo.
      Ellos sabían dónde estaba. Desde que había llegado a través del laberinto la habían tratado de atrapar. ¿En qué momento de iluminación se le ocurrió que aquello sería buena idea? <<Solo quiero salir de aquí. Solo quiero que esto acabe.>> Había tratado de volver, había tratado de deshacer el camino, pero cada vez que doblaba una esquina e intentaba volver atrás, todo el recorrido había cambiado súbitamente. Solo había una manera de salir de allí, y era avanzar. <<Más rápido, más rápido, siempre hacia delante...>>
      Incluso había tratado de contactar con Catherine, pero no sabía si había dado resultado.
      Lo poco que sabía de aquel sitio era que podía ver el otro lado a través de las superficies reflejantes, como el agua de los charcos o los lagos. Cuando trataba de mirarse en ellos, su rostro desaparecía, suplantado por el de Catherine, el de Beth o el de Archer. Incluso el de Nick. También sabía lo de los silbidos. <<Pero ellos no lo saben. Tengo que decírselo. Tengo que avisarles.>> Su larga y enmarañada melena roja se quedó enganchada con la horquilla de una rama y Alice chilló sintiendo como su cuero cabelludo aullaba de dolor. Retrocedió de espaldas, sin mirar atrás. Temía que si se giraba ellos consiguieran verla, o peor aún, que ella les viese. Ya sabía lo que podían hacer. Lo había experimentado en sus propias carnes. De un tirón se desembarazó del abrazo arbóreo y continuó corriendo. No podía perder un solo segundo, a menos que quisiese perder también la vida.
      Sus ojos marrones bailaban por el bosque, recorriendo cada palmo de terreno, cada roca y cada arbusto, cada rama y cada abeto, buscando el mejor lugar para el siguiente paso. Siempre sin pararse, sin tiempo para respirar. <<Más rápido, más rápido...>>
      La cabeza le estalló en un bramido horroroso, una presión tremenda la atenazó, golpeándole las sienes, haciéndola casi desfallecer. No podía más, no había más oxígeno. Sus piernas gritaban a voces que se detuviera a descansar, sus brazos le exigían que dejase de utilizarlos como escudo contra el bosque, sus pulmones necesitaban aire puro, moriría si no encontraba algo de comer. <<Pero no puedo parar...-Trató de convencerse a sí misma.- Si paro ellos me encontrarán. Si paro moriré.>> 
      Los árboles se cerraron aún más, delante de sus ojos. Parecía que el mismísimo bosque quería impedirle pasar. La niebla comenzó a inundarlo todo, como cada noche, y la temperatura descendió de golpe. Alice casi podía sentir el aliento de sus perseguidores en la nuca. <<Solo un poco más.-Le pidió a sus piernas.-Solo un poco más.>> Tenía que estar cerca, tenía que llegar a una zona segura.
      Su pié se topó con una raíz y Alice salió despedida hacia delante, chocando de bruces contra el suelo y rodando por el barro sin ningún remedio. Empapada y embarrada, intentó hacer fuerza con los brazos para levantarse, pero temblaba. Temblaba tanto, tenía tanto frío, estaba tan cansada. <<Tengo...tengo que seguir...>> Pero no podía ponerse en pié, no podía siquiera levantar la cabeza.
      Y entonces llegaron.
      Fue un soplo helado sobre el laberinto, un invierno temprano, un témpano de hielo por la espalda. Alice se obligó a cerrar los ojos, apenas sin poder contener las lágrimas. Habían llegado, la habían encontrado. Apretó las rodillas contra su pecho y rodeó su cabeza con los brazos, anclando sus tiritantes dedos en su nuca.
      -No...no lo tengo.-Contestó a la pregunta no manifestada con un hilillo de voz débil. No necesitaba que dijesen nada, ya sabía lo que querían. En la oscuridad de sus ojos cerrados intentaba borrar todo recuerdo de al biblioteca que albergase en su memoria. Todo rastro de que había estado allí. Sus respiración entrecortada hacía que sus labios chocasen contra sus dientes, castañeteando.- No lo tengo...dejadme en paz...Yo...por favor...-Su voz se transformó en un sollozo. Las lágrimas brotaron, empapándole las mejillas.-...por favor...
      Un dedo congelado se posó en su cara y cortó el flujo del agua de golpe. Alice abrió los ojos súbitamente, solo para encontrarse frente a frente con los mismísimos ojos de la muerte. Se quedó paralizada. Era justo tal y como la había imaginado.
      Una curva se dibujó en la cara de ella, mostrándole su abominable sonrisa. Sus dedos se clavaron en su carne, atravesando sus mandíbulas, desgarrando su piel y tirándola de espaldas al suelo, contra el barro.
      Alice ni tan siquiera pudo gritar.
      Lo último que vio fueron aquellos ojos, mirándola, buscando el paradero de la biblioteca, buscando en sus recuerdos más recónditos, en sus deseos más ocultos, en sus pesadillas más reales.

Tan reales como ella









Siete años de mala suerte

      <<Mierda...>>-Pensó Catherine recogiendo los trozos del espejo roto del suelo de su habitación. Una sonrisa irónica se formó en su cara.- <<Ahora tendré siete años de mala suerte...>>
      Era más que evidente que ella no creía en ese tipo de chorradas supersticiosas, solo había sido un traspiés tonto. La típica esquina de la cama que siempre trataba de arrancarle el dedo meñique del pie izquierdo se había interpuesto en su camino y, al intentar apoyarse en algún lado, había tirado el espejo de pared. Ahora todo estaba lleno de trozos de cristal.
      Kate se subió a la cama para no pisarlos y comenzó a recogerlos desde ahí arriba. Apartó el marco y lo subió hasta apoyarlo sobre el colchón. Atrapó entre sus dedos uno de los trozos de las esquinas y su reflejo le devolvió la mirada del otro lado. El flequillo negro le caía sobre los ojos oscuros. Ya estaba demasiado largo, iba llegando el momento de cortarlo. <<Un tijeretazo rápido y todo habrá acabado, pequeño.>> Miró el marco y miró el trozo de espejo roto y una bombillita se le encendió en la cabeza mientras lo colocaba en su sitio. Llevaba días estudiando para los exámenes finales y su cerebro necesitaba desconectar. ¿Qué mejor manera que recomponiendo un puzzle?
       Colocó primero las tres esquinas restantes y continuó a partir de ahí con los lados hasta terminar de unificar su retrato viviente. Se miró de nuevo. Tenía unas ojeras impresionantes. <<Esto me pasa por quedarme ayer hasta las tantas.>> Aunque la imagen seguía unificada, ella se veía rota, fragmentada, sola. <<Sola...>> Hacía tiempo que no veía a sus amigos. Ni a Beth, ni a J.J., ni a Nick, ni siquiera a Daniel. Los estudios le robaban mucho tiempo últimamente, y sus padres estaban de viaje todo el rato, así que apenas tenía relación con nadie más que su vecina, la cual le subía la compra todos los jueves en la mañana.
      Recolocó el marco sobre su almohada y se inclinó sobre él, examinando los daños. Le gustaba aquel espejo. Antes solía pasarse tiempo mirándose en él, escrutando cada palmo de su cara, cara cabello de su flequillo soñando con, algún día, poder ser quién verdaderamente era. Solo faltaba un año. Un año y aquella imagen de chica buena quedaría atrás, el verde y el azul teñirían su cabello y la tinta negra le tatuaría la piel. Pero en ese momento seguía allí, y no quería ni imaginarse cómo se pondrían sus padres cuando viesen aquel desastre.
      <<Bueno, por lo menos ya lo he recogido con la tontería del rompecabezas.>>
      Entonces, allí abajo, en el suelo, un diminuto brillo pareció responderla. Era una minúscula partícula de cristal que se le había escapado en la primera revisión. Si no hubiese sido por aquel reflejo plateado, casi podría haber sido considerado como un granito de arena. Kate lo cogió con las uñas de la mano derecha y pasó la otra por encima de la superficie del espejo, buscando la imperfección que le faltaba por rellenar. Metódica y exhaustiva, el dedo índice de Catherine topó con un pequeño huequecito, justo del tamaño del trozo de cristal que le faltaba para completar su obra. Apoyó la piedrecita y...
      -Terminado...-Dijo orgullosa de sí misma.
      Fue entonces cuando se dio cuenta. Las rajas del espejo formaban tres líneas de letras con total sentido. Por una vez, Kate, normalmente irónica y audáz, fue incapaz de decir absolutamente nada. <<Oh, Dioses...>>

Catherine Summers,
atraviese el espejo
Fdo: Alice
   
      Entonces, las grietas se unificaron como si nunca hubiesen existido y su imagen en el espejo desapareció por completo. <<¿¡Pero qué...!?>> Kate estuvo a punto de retroceder, estuvo a punto de apartarse del espejo, pero algo la mantuvo pegada a las sábanas. <<¿Cómo he hecho eso...?>> Se inclinó un poco más hacia la superficie de plata y las puntas de su media melena descolocada acariciaron el espejo, formando ondas al tocarlo, como si fuese agua. Su corazón le palpitaba en los oídos, nervioso. ¿Cómo podía haber desaparecido su reflejo?
      Tan absorta estaba tratando de encontrar a su otra "yo" que apenas se dio cuenta de lo cerca que estaba. Tan cerca como para casi tocarlo con la punta de la nariz. Tan cerca....
      La puerta de la casa se cerró de golpe y Kate dio un bote en la cama, sobresaltada, precipitándose dentro del espejo.
      Entonces, todo se volvió brillante, cegador, tan frío que cortaba la piel, tan helado que congelaba la sangre. El líquido se le metió por la garganta, como si fuesen cuchillas y le llegó a los pulmones, rasgándolos desde dentro.
Kate apretó los párpados sintiendo como el aire se le escapaba en burbujas desesperadas por encontrar la superficie y la sangre le manaba de todas las células epiteliales de su cuerpo y, mientras se hundía cada vez más en aquel mar sin fondo, no podía pensar en los deberes, ni en el examen de matemáticas que tenía el lunes siguiente, sino en la cara que pondría su vecina al descubrir que la hija de la señora del Bajo C se había caído dentro de un espejo roto, del cual no volvería a salir jamás. 


Hilos

      Todo iba mal. Había salido en primera plana en el periódico local. Todos se habían quedado de piedra cuando le habían encontrado en la cama. Beth había desaparecido. Bueno, más bien se había largado. Y David parecía haberse encerrado dentro de sí mismo para no volver a salir. Las ventanas de la librería estaban cerradas a cal y canto y el contrachapado bajado. Y para más INRI todo el pueblo se había volcado con el caso de J.J. Todos eran unos verdaderos idiotas que no entendían nada. Pero él sí. Él lo entendía todo. Nick Elliot encendió un pitillo y aspiró.
      -Maldita sea, hasta muerto llama la atención.
      Pateó una piedra y esta rodó por la acera. Se perdió bajando la calle, hacia la zona del río, fuera del callejón. Nick siguió caminando tras la piedra. Llevaba dándole golpecitos toda la mañana y corriendo tras ella mientras encendía un cigarro tras otro. <<Dioses, no sé qué narices me está pasando hoy...Tengo la cabeza en otro lado.>> Se llevó el pitillo otra vez a los labios y volvió a aspirar. Le quemaba la garganta, pero parecía ser la única cosa que le quitaba el pensamiento de Beth y de J.J. El guijarro se paró justo al chocar contra la rueda de un viejo carro de madera. Nick alzó la vista y se fijó en un cartel bastante desgastado prendido con clavos a la pared del carromato. "Nuevo espectáculo de marionetas de El Gran Charles Puppett. Lo nunca visto, la magia detrás de los hilos. ¡Marionetas vivientes! Entrada libre." Nick exhaló una bocanada de humo que dio de lleno en el cartel. <<Hoy a las doce de la noche en el viejo teatro abandonado>>
     -Así que marionetas vivientes...-Suspiró y lanzó una sonrisa idiota al suelo.- A Beth le hubiese encantado. Incluso al idiota de J.J. le hubiese resultado interesante.- <<Y puede que David también hubiese salido de su odioso agujero>>
      Arrancó el cartel de golpe, lo dobló y se lo guardó en el bolsillo. Esa noche iría al teatro, aunque solo fuese en memoria de J.J. y Beth. Aunque más por Beth.
     -Espero que sea lo suficientemente bueno como para sacarme todos los problemas de la cabeza.
      Cuando oscureció, se puso su gabardina negra sobre su camiseta también negra y se arregló un poco el pelo rubio despeinado. Si iba a ir, iba a ir bien. Por un momento pensó en llamar a David a la librería, pero se echó atrás en el último momento. Sin más, siguió caminando hacia el teatro abandonado. Llegó a la carrera cinco minutos después, eso le pasaba por salir tarde de casa. Pero podía volver a la hora que quisiese. <<Al fin y al cabo no me espera nadie...>> Cuando recuperó el aliento, miró el reloj y se dio cuenta de que le faltaban apenas dos minutos para que la sesión comenzase. Se echó una última carrera hacia la entrada medio derruida y empujó la puerta. 
      Y entró.
      Dentro todo estaba oscuro. Él nunca había entrado en el viejo teatro abandonado, por lo que se sentía fuera de lugar en aquel sitio. Pero desde luego no era normal que todo estuviese a oscuras. <<¿Me he equivocado de fecha? No...Estoy seguro de haberlo leído bien. Era hoy.>> Caminó un poco hacia al centro de la sala, pero la única luz que había allí era la de su cigarro. De repente, en medio de aquella oscuridad, sintió un ligero pinchazo en el brazo.
       -¡Ah! ¡Mierda!-Se frotó el lugar en el que le había picado. Justo en el codo.- ¿Qué narices ha sido eso?
       -Oh, tranquilo.-Respondió una voz desde algún punto indefinido de la sala, muy cerca de él.- Esto solo te dolerá un poco.
       Y luego sintió otro picotazo. Y otro, y otro. Aquello que le estuviese picando le recorría todo el cuerpo y lanzaba mordiscos aquí y allá, en las muñecas, los codos, la nuca, las rodillas, los tobillos... En todas las extremidades, hasta que no quedó un solo lugar sin picar. Y en ese momento valió un ligero tirón para que ya no tuviese el control de sí mismo. Sus brazos y piernas se movían por si solas, sin que él pudiese controlarlas. Comenzó a sudar. Le dolían los sitios donde aquello se le había clavado en la piel. Le ardían. A cada tirón, a cada movimiento parecía que le desgarraban la piel, tira a tira. Y ya no era dueño de sí mismo. <<¿Qué es esto? Por qué... ¿Por qué no puedo moverme?>> Intentó hablar, pero era inútil, parecía como si le hubiesen cosido los labios. Con cigarrillo y todo.
      -¡¡BIENVENIDAS SEÑORAS Y SEÑORES!!-Sonó la misma voz amplificada por toda la sala. Un foco blanco se encendió e iluminó a Nick desde arriba. Sin quererlo, se vio obligado a hacer una reverencia frente a todo el público. Porque había público. No conseguía verlos, pero los sentía, sentía sus sonrisas, sus miradas sobre él, juzgándole, divirtiéndose con él. Como si fuese una marioneta. Se miró y entonces los vio. De él salían unos finos hilos plateados que ascendían y se perdían en el techo. Y le dolía. Cómo si no estuviesen prendidos a su carne, sino a su alma. La voz retumbó por el escenario.- ¡¡EL ESPECTÁCULO PUEDE COMENZAR!!
      Y esa fue la primera vez se le cayó el cigarro de la boca, al tener que sonreír de oreja a oreja.
LITERALMENTE




Recuerdo su último suspiro

      Se lo había dicho a si misma mil veces. Sabía que aquello no estaba bien, pero quería recordarlo todo para cuando se fuese. Beth abrió el arcón y desenvolvió la cámara con mucho cuidado. Le daba miedo que aquella reliquia se convirtiese en polvo en las manos, pero sabía que no iba a ser así. J.J le había advertido que no debía de coger la cámara, que era demasiado peligrosa. <<¿Peligrosa? ¿Cómo va a hacer daño algo tan bello como la capacidad de inmortalizar los recuerdos?>> Ella no tenía cámara propia así que se había obligado a hacer caso omiso a J.J. Cuando se marchase de allí no sabría cuánto tiempo tardaría en olvidarle, a David, a Kate, a Elliot o a todos los demás. Por eso había pensado en hacerles unas cuantas fotos para llevarlos siempre consigo. Ella sabía que J.J. tenía una antigua cámara  guardada en el desván, pero cuando se la había pedido él la había lanzado esa advertencia. 
      Miró su reloj de pulsera. Las doce y media de la noche. Se había colado por la ventana de la planta de abajo cuando se había cerciorado de que ya estaban todos dormidos y había subido al desván sin hacer el más mínimo ruido. Pero ahora llegaba la parte difícil del plan. Bajó las escaleras en calcetines, con las zapatillas en una mano y la cámara en la otra. Se acercó a la habitación de J.J. y abrió la puerta lentamente, evitando que hiciese ruido. Allí estaba él, metido en la cama y tapado casi hasta las cejas a pesar de que era primavera. Se acercó a la cama y se puso de cuclillas enfrente de él. Estaba tan...tranquilo. Después de lo que había pasado con David en esas últimas semanas era precioso verle así de plácido. Entre ellos las cosas no iban demasiado bien, pero J.J. no tenía por qué pagar por los cambios de humor de David. 
       Y ella quería inmortalizarle así, tranquilo, plácido, hermoso. Respiraba pausadamente, y se revolvía de vez en cuando pero le resultaba tan bello que decidió que ese era el mejor momento. Puso el objetivo y enfocó la lente. La luz no era del todo buena, pero la luna alumbraba lo suficiente la habitación. 
      "CLICK" 
      Ya estaba. La foto salió por la ranura de la cama y la miró. Seguro que era...perfecta. Ahora solo quedaba esperar a que se revelase. Miró de nuevo a J.J. <<Es al que más voy a echar de menos...Y lo peor es que él nunca lo va a saber>> Le besó en la mejilla. Era lo más cerca que iba a estar de él pero...estaba peligrosamente frío. Demasiado pálido, demasiado quieto como para seguir latiendo. Beth ahogó un grito, retrocediendo. <<No...no puede ser...>> La foto se le escapó de las manos y cayó entre las sábanas. En una imagen estática, J.J. se debatía por salir de la cama, por escapar de una niebla blanquecina que se le colaba por la garganta y parecía colarse en la cámara. Y entonces se dio cuenta de porque la foto parecía tan real. Esa era la última foto del último aliento de su amor. La cámara le había robado el alma y sin alma...solo era un montón de carne y huesos tendidos en la cama.


¿De verdad un recuerdo valía tanto como para perderle?


Sangre y tinta

      David se levantó por la mañana temprano. Se miró al espejo y se miró a si mismo y a sus ojos azules. <<Dioses…Mi vida no tiene sentido…>> Desde hacía unos meses su padre estaba enfermo y él, a sus quince años, se tenía que encargar de la librería. Ya ni siquiera iba a la escuela. Se pasó el cepillo por el pelo sin penas peinarse y descendió las escaleras hacia la planta baja.
      Abrió la puerta, levantó la chapa y barrió el suelo. En toda la mañana nadie entró en la tienda. <<Como siempre. Siempre está vacía.>> Su vida era una mierda. Se pasaba todo el día trabajando o apoyado en el mostrador. Sin saber por qué, sus ojos se desviaron a su muñeca derecha. Allí estaban. Las cuatro cicatrices horizontales. Resopló y se levantó a duras penas. No era momento para aquello, en la parte trasera de la tienda quedaban un montón de libros por ordenar y no lo iban a hacer ellos solitos.
      Mientras estaba ahí detrás, la campanilla de la puerta sonó. En lo que pedía un segundo para terminar el trabajo, la campanilla volvió a sonar. David dejó los libros y corrió hacia la tienda. Allí ya no había nadie. Solo un libro encima del mostrador. Lo cogió y lo levantó. Las letras doradas brillaron bajo las luces de la tienda con una caligrafía exquisita, sobre las tapas de cuero antiguo. <<”Cinderbell”>> Lo abrió y se encontró las páginas en blanco. Las hojeó todas. Ninguna estaba escrita.
      Nadie volvió a entrar en la librería en todo el día. Ya en su habitación cogió la cuchilla de afeitar de su padre y dejó el libro junto al lavabo. Se miró de nuevo al espejo y vio sus ojeras. <<Yo…no estoy haciendo nada malo. Solo…quiero que todo esto acabe…>> Cogió la hojilla y la acercó a su muñeca. En un primer momento no sintió nada, apenas el palpitar de su corazón acelerado, pero cuando el metal se hundió en la carne y el líquido rojo comenzó a manar y a gotear sobre el lavabo, se sintió libre. Notaba el frío del acero dentro de él, cómo si le poseyera, cómo si le llenase por dentro y la sensación de ver cómo aquellas pequeñas gotitas rojas pintaban tan armoniosamente el blanco de la piedra del lavabo le hacía sentir como si estuviese en otro lugar. Puso la hojilla bajo el grifo y dejó que el agua la limpiara y le limpiase. Sin querer le dio un codazo al libro que cayó al suelo y se abrió. <<Oh, mierda.>> Se agachó a recogerlo, una gota de su sangre cayó a una de las páginas y sin más…desapreció. Al segundo brotaron unas letras rojas en el papel:


Solo una gota de sangre vale para comenzar la guerra. David Luxor, déjate arrastrar al infierno que tú mismo has creado. Deja que tus pesadillas se conviertan en realidad y véncelas. La sangre derramada se cobrará su precio. Ahora, responde, ¿Quieres escapar a tu destino? 



miércoles, 3 de septiembre de 2014

Nigromante

Archer permaneció de pie frente a la tumba de su madre mientras las pocas personas que habían asistido al funeral los abandonaban a ambos, tumba y niño, intentando alejarse lo más rápido posible de aquella oscura atmósfera.
      En cuanto el último asistente desapareció por la oxidada verja de entrada, la estoica actitud de Archer se disolvió en un torrente de lágrimas y el muchacho se desplomó a los pies de la lápida con la cara escondida entre las manos.
      Hasta entonces yo había permanecido aislada de la multitud, sentada en uno de esos desvencijados bancos de madera carcomida que florecían a ambos lados del largo y sinuoso camino de cipreses como si fuesen malas hierbas.
      Aunque fuese irónico, nunca me gustaron los funerales, y menos si se trataba del de su familia. Al fin y al cabo, se podía decir que él y yo éramos amigos.
      Bajé del banco de un salto y miré hacia arriba, más allá de las copas de los cipreses. El día amenazaba tormentoso, y pese a que hacía un calor sofocante, casi se podía oler la lluvia.  Tenía que sacar al chico de allí, pues lo último que le faltaba al pobre era pillarse un resfriado.
      Comencé a caminar sigilosamente hacia él, sin demasiada prisa. Quería dejarle sacar todo su dolor de dentro. Seguramente, cuando los ojos se le hubiesen secado, hablaría y escucharía con la cabeza, y no con su ahora destrozado corazón.  Cuando estuve a unos cinco metros de él, me paré y me senté en el suelo, dispuesta a esperar todo lo que fuera necesario.
      Poco a poco, la cascada de lágrimas se fue convirtiendo en un río, y más tarde en el diminuto riachuelo, hasta que, al final, solo un par de solitarias gotas saladas surcaron sus mejillas. Su respiración se tranquilizó y sus ojos vidriosos volvieron a ver con claridad el fúnebre mundo que le rodeaba.
      Incluida yo.
      El chico, alto y con unos ojos marrones que parecían avellanas, se secó la cara con las mangas del monocromático traje e intentó colocar su indomable flequillo rubio por decimoséptima vez en aquella tarde.
      -Hey…-Dijo a modo de saludo con la voz quebrada. No conseguía entender a esa gente que pretendía esconder sus sentimientos para no importunar a los demás, pero quizá no era el mejor momento para reprochárselo.
      Me levanté de nuevo y caminé para ponerme a su lado. Archer era mucho más alto que yo, pero estando ambos de cuclillas, la diferencia era menos abismal.
      -No esperaba que vinieras.-Continuó él poniendo su temblorosa mano sobre la losa de mármol negro que tenía delante.-A ella le hubiese gustado mucho verte de nuevo. Le caías bien, ¿sabes? Incluso se estaba planteando invitarte a venir algún día a casa…
      Aquello me partió el corazón.
      Su madre había sido una mujer muy buena que había velado por mí en todo momento. Evidentemente yo sabía cómo apañármelas sola, pero con el paso de los años, aquella extraña relación nos había convertido en algo así como una familia. Me entristecía saber que aquel estúpido accidente se la hubiese llevado a ella en vez de a alguna de esas ratas corruptas que emponzoñaban la sociedad.
      Tanto Archer como ella había hecho mucho por mí y por los míos, y ahora había llegado el momento de saldar la deuda contraída.
      -Eso hubiese estado bien…-Dije subiendo de un salto a la tumba. La cara de Archer se torció en una mueca a medio camino entre el miedo y el asombro. El chico retrocedió asustado, con los desorbitados ojos clavados en mí y la boca abierta, pero sin poder articular palabra alguna.- Te ruego que no tengas miedo.- Pedí viendo su cerosa cara perlada de sudor.- Siento tener tan poco tacto en momentos como este, pero supongo que la situación lo requiere… Además, opino que, después de tantos años, ya va siendo hora de que te de la ráplica en alguna de nuestras conversaciones, ¿no crees?
      El muchacho asintió lentamente en estado de shock.
      -¡Genial!-Exclamé.- Espero que estés preparado para todo lo que va a venir a partir de ahora, porque puede que conozca a alguien que nos pueda ayudar con todo este lío que has armado. Incluida…la muerte de tu madre. Pero claro, para ello necesito que tengas la mente muy abierta.- Hice una ligera pausa.- Créeme,-Dije lamiéndome una de mis peludas patas.- un gato negro parlante no va a ser lo más raro con lo que te vas a cruzar en los próximos días…