Era feliz.
Despertaba y esperaba todo el día hasta que papá llegaba.
Luego, él, le daba unas palmaditas en la cabeza,
felicitándola por ser una niña buena,
le regalaba una corona de margaritas
y ella le dedicaba una sonrisa, risueña.
Juntos, huían de las luces que los perseguían,
entrelazaban las plumas de los ángeles caídos
y se escondían en la cueva del diablo hasta que atardecía.
Yo volvía a esos días...
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