miércoles, 3 de septiembre de 2014

Nigromante

Archer permaneció de pie frente a la tumba de su madre mientras las pocas personas que habían asistido al funeral los abandonaban a ambos, tumba y niño, intentando alejarse lo más rápido posible de aquella oscura atmósfera.
      En cuanto el último asistente desapareció por la oxidada verja de entrada, la estoica actitud de Archer se disolvió en un torrente de lágrimas y el muchacho se desplomó a los pies de la lápida con la cara escondida entre las manos.
      Hasta entonces yo había permanecido aislada de la multitud, sentada en uno de esos desvencijados bancos de madera carcomida que florecían a ambos lados del largo y sinuoso camino de cipreses como si fuesen malas hierbas.
      Aunque fuese irónico, nunca me gustaron los funerales, y menos si se trataba del de su familia. Al fin y al cabo, se podía decir que él y yo éramos amigos.
      Bajé del banco de un salto y miré hacia arriba, más allá de las copas de los cipreses. El día amenazaba tormentoso, y pese a que hacía un calor sofocante, casi se podía oler la lluvia.  Tenía que sacar al chico de allí, pues lo último que le faltaba al pobre era pillarse un resfriado.
      Comencé a caminar sigilosamente hacia él, sin demasiada prisa. Quería dejarle sacar todo su dolor de dentro. Seguramente, cuando los ojos se le hubiesen secado, hablaría y escucharía con la cabeza, y no con su ahora destrozado corazón.  Cuando estuve a unos cinco metros de él, me paré y me senté en el suelo, dispuesta a esperar todo lo que fuera necesario.
      Poco a poco, la cascada de lágrimas se fue convirtiendo en un río, y más tarde en el diminuto riachuelo, hasta que, al final, solo un par de solitarias gotas saladas surcaron sus mejillas. Su respiración se tranquilizó y sus ojos vidriosos volvieron a ver con claridad el fúnebre mundo que le rodeaba.
      Incluida yo.
      El chico, alto y con unos ojos marrones que parecían avellanas, se secó la cara con las mangas del monocromático traje e intentó colocar su indomable flequillo rubio por decimoséptima vez en aquella tarde.
      -Hey…-Dijo a modo de saludo con la voz quebrada. No conseguía entender a esa gente que pretendía esconder sus sentimientos para no importunar a los demás, pero quizá no era el mejor momento para reprochárselo.
      Me levanté de nuevo y caminé para ponerme a su lado. Archer era mucho más alto que yo, pero estando ambos de cuclillas, la diferencia era menos abismal.
      -No esperaba que vinieras.-Continuó él poniendo su temblorosa mano sobre la losa de mármol negro que tenía delante.-A ella le hubiese gustado mucho verte de nuevo. Le caías bien, ¿sabes? Incluso se estaba planteando invitarte a venir algún día a casa…
      Aquello me partió el corazón.
      Su madre había sido una mujer muy buena que había velado por mí en todo momento. Evidentemente yo sabía cómo apañármelas sola, pero con el paso de los años, aquella extraña relación nos había convertido en algo así como una familia. Me entristecía saber que aquel estúpido accidente se la hubiese llevado a ella en vez de a alguna de esas ratas corruptas que emponzoñaban la sociedad.
      Tanto Archer como ella había hecho mucho por mí y por los míos, y ahora había llegado el momento de saldar la deuda contraída.
      -Eso hubiese estado bien…-Dije subiendo de un salto a la tumba. La cara de Archer se torció en una mueca a medio camino entre el miedo y el asombro. El chico retrocedió asustado, con los desorbitados ojos clavados en mí y la boca abierta, pero sin poder articular palabra alguna.- Te ruego que no tengas miedo.- Pedí viendo su cerosa cara perlada de sudor.- Siento tener tan poco tacto en momentos como este, pero supongo que la situación lo requiere… Además, opino que, después de tantos años, ya va siendo hora de que te de la ráplica en alguna de nuestras conversaciones, ¿no crees?
      El muchacho asintió lentamente en estado de shock.
      -¡Genial!-Exclamé.- Espero que estés preparado para todo lo que va a venir a partir de ahora, porque puede que conozca a alguien que nos pueda ayudar con todo este lío que has armado. Incluida…la muerte de tu madre. Pero claro, para ello necesito que tengas la mente muy abierta.- Hice una ligera pausa.- Créeme,-Dije lamiéndome una de mis peludas patas.- un gato negro parlante no va a ser lo más raro con lo que te vas a cruzar en los próximos días…







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