viernes, 5 de septiembre de 2014

Soy diferente.

      "Soy diferente y me gusta. Acostumbraos a eso." quisiera haberles gritado. Pero ya estaban lejos.
      Recogió el cuaderno de dibujo del suelo como quien levanta a un bebé que acaba de caerse de la cuna. Solo que este bebé, en vez de tener un traumatismo craneoencefálico, estaba completamente cubierto de barro. Las páginas de papel guarro goteaban chorretones de una sustancia verdosa indefinida. Deseó que aquello no fuese un regalito de cualquier amigo canino que paseaba por el parque, aunque era bastante probable que la Ley de Murphy se cumpliese de nuevo. 
      Miró lo que quedaba del maltrecho boceto con expresión de desasosiego. Había utilizado toda su tarde en terminar aquello y de repente habían llegado aquellos estúpidos y lo habían arruinado todo. Ni siquiera les ponía cara. Eran todos iguales. Maniquíes vestidos con la misma ropa comercial, escuchando a los mismo grupos comerciales y hablando de los mismos temas anodinos de siempre. Seres planos, vacíos, tan fáciles de controlar como un robot de juguete. Normalmente le daban pena, pero aquella vez habían ido demasiado lejos. 
      Quitó el barro del cuaderno como pudo, tratando de no pringarse demasiado las manos y sacó su móvil del bolsillo. Buscó la lista de reproducción de Sonata Arctica y se puso los cascos a todo volumen. Quizá no era el mejor grupo que tenía en aquel minúsculo y a la vez gigante mundo musical, pero le valía cualquier cosa. 
      La música curaba a los enfermos, la música apaciguaba a las fieras, la música transformaba a las personas. Pero en aquel momento, la música no podía curar a su cuaderno de su estado terminal, tampoco podía hacer que las ganas de hacer justicia desapareciesen de su lóbulo frontal y mucho menos podía hacer cambiar súbitamente a aquella panda de estúpidos. 
      <<Solo porque soy diferente. Solo porque no lo entienden. Porque no quieren entenderlo.>> Aunque ella tampoco quería que lo entendieran. Con el paso de los años había aprendido a confiar en un número minúsculo de personas y, aunque seguía creyendo que las personas eran buenas por naturaleza, aquello no quería decir que la mayoría de ellas no fuesen idiotas. Y los idiotas solían tratar de agruparse en rebaños. Ella no. Ella era un lobo solitario. 
      O mejor, un cuervo. 
      Observaba, oía y callaba, pero si el rebaño trataba de cercarla, no dudaba en arrancarles los ojos. 
      <<Debería de haberlo hecho ahora.>>-Se lamentó acariciando las solapas del cuaderno. Nadie atentaba contra sus hijitos y salía impune, pero el cielo había decidido que el mundo terrenal necesitaba un lavado de cara y comenzaba a pintear. Apretó el paso. Le gustaba la lluvia, pero le llevaba tres cuartos de hora alisarse el flequillo verde y negro por las mañanas y no quería echar a perder su obra maestra. 
      Atravesó el parque a toda prisa y la carretera en dirección a su casa. Unos truenos sonaron no tan lejos como le gustaría y consiguió desenfundar su llavero y violar la cerradura antes de que la humedad convirtiese su cabello en un estropajo. Cerró tras de sí, sin aliento. Había conseguido llegar a casa, pero no encontraría refugio hasta que se encerrase en su bunker personal. La guitarra y los libros le darían la bienvenida, mientras el piano le lanzaba una melancólica mirada desde una esquina de la habitación y el PC le instigaba a encenderle los circuitos y toquetearle durante toda la noche. Pero en ese momento, lo primordial era cambiarse de un tono de negro a otro un pelín menos empapado. 
      No había nadie en casa, lo cual la tranquilizó un poco más. Le gustaba ese silencio. Su silencio. Era relajante, perfecto para pararse a escuchar la melodía de las gotas de lluvia en la ventana mientras leía alguno de los cientos de libros que tenía que reseñar para su blog. Ojalá pudiese ser una de esos personajes que poblaban sus páginas, ojalá la vida real se tornase por una vez tan fascinante. Bufó, reprendiéndose a sí misma. Por desgracia aquello solo eran deseos fatuos. 
      Sin meditarlo un segundo más, abrió la puerta de la habitación y...
      Allí estaba.
      Se quedó petrificada en el marco de la puerta, mirándolo con nerviosismo. 
      El oso de peluche le devolvió la misma mirada desde sus ojillos negros. 
      Aquello no estaba allí la última vez que abandonó su santuario. 
      <<¿Cómo habrá llegado hasta aquí?>> Era un oso de felpa normal y corriente, con cara amistosa y una sonrisa franca que invitaban a achucharle. Eso si no acabase de aparecer como un fantasma sobre el cabecero de su cama. Entró en la habitación pegándose de espaldas a la pared sin quitarle los ojos de encima al peluche. Lo único que hacía especial a aquel úrsido era la enorme raja que le atravesaba el estómago, semicerrada con unos enormes y horrorosos puntos de sutura a través de los que se entreveía en relleno. 
      <<Especial...-Se recordó a sí misma con una sonrisa acercándose con menor recelo hacia el oso.- Como yo...>> 
      Lo cogió entre sus manos y le acarició la costura con un sentimiento cercano a la ternura. Pesaba más de lo que se esperaba, como si aparte de algodón hubiese algún tesoro más escondido ahí dentro.
      -Veamos que me estás escondiendo.-Dijo introduciendo cuidadosamente un dedo a través de la herida abierta.
      Entonces, sucedió.
      La raja se abrió de repente hasta hacerse tan grande como para que cupiese dentro, y su dedo fue sorbido hacia el interior por una fuerza salida de la nada. El estómago del oso de peluche se acababa de transformar en la boca de un lobo. Un lobo verdaderamente hambriento. Ella clavó sus uñas en las entrañas del juguete, tratando de no caer por el conducto, mientras sentía cómo un enorme aspirador tiraba de ella hacia un túnel de algodón sin fondo, hacia el agujero negro que acaba de aparecer en medio de su habitación. Desaforada, intentó resistirse con todas sus fuerzas, probando a clavar los talones, pero la superficie era demasiado mullida y suave como para que pudiese hacer nada y a ella le dolían los triceps y los cuádriceps de ir al gimnasio.
      Así no iba a conseguir nada. 
      Lo sabía. 
      Tomó aire en una gran bocanada y se mentalizó para lo que iba a hacer. Era su oportunidad. Lo que estaba esperando. Y mientras se dejaba caer a un pozo del que no sabía si había vuelta atrás, pensó en que nunca creyó que pudiese odiar tanto a un maldito oso de peluche. 
      

      
      Para Alba. 
      La primera desde siempre. 
      Con todo mi cariño. 
      
     

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