jueves, 4 de septiembre de 2014

Laberinto

     Alice aceleró apartando las ramas de su camino sin apenas preocuparse por las heridas de sus brazos.
     Su pecho subía y bajaba a toda velocidad; su palpitar resonaba en lo más hondo de sus oídos, casi como si fuesen los tambores de una persecución; sus pies, helados, apenas rozaban el suelo, temerosos de lo que se aproximaba. <<Más rápido, más rápido...>> El suelo del bosque estaba húmedo y frío, al igual que el sudor que empapaba su camiseta desde hacía horas. Sus vaqueros estaban rasgados por mil sitios, manchados de barro, tierra y resina, casi tanto como las suelas de sus pies. Las copas de los árboles se entrelazaban unas con otras obstruyendo casi cualquier tipo de luz exterior. Llevaba así cuatro días. Perseguida, acechada, casi cazada. <<Más rápido, más rápido...>> Era lo único que la mantenía con vida.
      Seguir corriendo.
      Ellos sabían dónde estaba. Desde que había llegado a través del laberinto la habían tratado de atrapar. ¿En qué momento de iluminación se le ocurrió que aquello sería buena idea? <<Solo quiero salir de aquí. Solo quiero que esto acabe.>> Había tratado de volver, había tratado de deshacer el camino, pero cada vez que doblaba una esquina e intentaba volver atrás, todo el recorrido había cambiado súbitamente. Solo había una manera de salir de allí, y era avanzar. <<Más rápido, más rápido, siempre hacia delante...>>
      Incluso había tratado de contactar con Catherine, pero no sabía si había dado resultado.
      Lo poco que sabía de aquel sitio era que podía ver el otro lado a través de las superficies reflejantes, como el agua de los charcos o los lagos. Cuando trataba de mirarse en ellos, su rostro desaparecía, suplantado por el de Catherine, el de Beth o el de Archer. Incluso el de Nick. También sabía lo de los silbidos. <<Pero ellos no lo saben. Tengo que decírselo. Tengo que avisarles.>> Su larga y enmarañada melena roja se quedó enganchada con la horquilla de una rama y Alice chilló sintiendo como su cuero cabelludo aullaba de dolor. Retrocedió de espaldas, sin mirar atrás. Temía que si se giraba ellos consiguieran verla, o peor aún, que ella les viese. Ya sabía lo que podían hacer. Lo había experimentado en sus propias carnes. De un tirón se desembarazó del abrazo arbóreo y continuó corriendo. No podía perder un solo segundo, a menos que quisiese perder también la vida.
      Sus ojos marrones bailaban por el bosque, recorriendo cada palmo de terreno, cada roca y cada arbusto, cada rama y cada abeto, buscando el mejor lugar para el siguiente paso. Siempre sin pararse, sin tiempo para respirar. <<Más rápido, más rápido...>>
      La cabeza le estalló en un bramido horroroso, una presión tremenda la atenazó, golpeándole las sienes, haciéndola casi desfallecer. No podía más, no había más oxígeno. Sus piernas gritaban a voces que se detuviera a descansar, sus brazos le exigían que dejase de utilizarlos como escudo contra el bosque, sus pulmones necesitaban aire puro, moriría si no encontraba algo de comer. <<Pero no puedo parar...-Trató de convencerse a sí misma.- Si paro ellos me encontrarán. Si paro moriré.>> 
      Los árboles se cerraron aún más, delante de sus ojos. Parecía que el mismísimo bosque quería impedirle pasar. La niebla comenzó a inundarlo todo, como cada noche, y la temperatura descendió de golpe. Alice casi podía sentir el aliento de sus perseguidores en la nuca. <<Solo un poco más.-Le pidió a sus piernas.-Solo un poco más.>> Tenía que estar cerca, tenía que llegar a una zona segura.
      Su pié se topó con una raíz y Alice salió despedida hacia delante, chocando de bruces contra el suelo y rodando por el barro sin ningún remedio. Empapada y embarrada, intentó hacer fuerza con los brazos para levantarse, pero temblaba. Temblaba tanto, tenía tanto frío, estaba tan cansada. <<Tengo...tengo que seguir...>> Pero no podía ponerse en pié, no podía siquiera levantar la cabeza.
      Y entonces llegaron.
      Fue un soplo helado sobre el laberinto, un invierno temprano, un témpano de hielo por la espalda. Alice se obligó a cerrar los ojos, apenas sin poder contener las lágrimas. Habían llegado, la habían encontrado. Apretó las rodillas contra su pecho y rodeó su cabeza con los brazos, anclando sus tiritantes dedos en su nuca.
      -No...no lo tengo.-Contestó a la pregunta no manifestada con un hilillo de voz débil. No necesitaba que dijesen nada, ya sabía lo que querían. En la oscuridad de sus ojos cerrados intentaba borrar todo recuerdo de al biblioteca que albergase en su memoria. Todo rastro de que había estado allí. Sus respiración entrecortada hacía que sus labios chocasen contra sus dientes, castañeteando.- No lo tengo...dejadme en paz...Yo...por favor...-Su voz se transformó en un sollozo. Las lágrimas brotaron, empapándole las mejillas.-...por favor...
      Un dedo congelado se posó en su cara y cortó el flujo del agua de golpe. Alice abrió los ojos súbitamente, solo para encontrarse frente a frente con los mismísimos ojos de la muerte. Se quedó paralizada. Era justo tal y como la había imaginado.
      Una curva se dibujó en la cara de ella, mostrándole su abominable sonrisa. Sus dedos se clavaron en su carne, atravesando sus mandíbulas, desgarrando su piel y tirándola de espaldas al suelo, contra el barro.
      Alice ni tan siquiera pudo gritar.
      Lo último que vio fueron aquellos ojos, mirándola, buscando el paradero de la biblioteca, buscando en sus recuerdos más recónditos, en sus deseos más ocultos, en sus pesadillas más reales.

Tan reales como ella









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